Saturday, September 1, 2012

El error y la culpa

Fue muy retorcido en realidad. Me metí en un océano que se veía algo revoltoso, pero no mucho más que la tormenta que me caía encima. Si no entraba ahí sentía que me quedaría desnuda, seguramente desamparada, necesitaba cubrirme cuanto antes del agua, de algas marinas.

Dentro del agua no se siente la lluvia.

Me fui enredando en las algas, me inmovilizaron. Me puse una trampa. El mar era mucho más peligroso que el confrontamiento conmigo misma. Intentando no romper nada, seguí sumergiéndome.  Parecía no haber vuelta atrás. La marea se azotaba contra mi cara y las algas me amarraban las manos, me las colocaban. Tragué agua y la vomité, y luego nadé en el vómito. Intentaba salir a flote y respirar, pero era ya un intento que se sabía perdido. Un pedazo de madera de algún navío me empezó a hundir en las profundidades. Con la última fuerza que me quedaba intenté deslizarla. Pensaba que lo lograba, pero volvía a sentir su peso.

Rompí las algas.
Quebré el agua.
Salí a la superficie.

En la tormenta me llovía, en el océano me hundía.

Estuve desamparada en el momento en el que decidí introducirme en el agua, no fuera de ella. La lluvia es, tan sólo, lluvia.

Al salir me vi a mí misma.




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