Abrió un grupo que me encanta, he visto su proceso en un concurso de bandas que hicieron en Salamanca. Conozco al bajista. Me lo presentó un compañero de clase de alemán, que me solía invitar a escucharlo tocar el chelo o el piano en El Savor.
Luego subí a las gradas, me senté y escuché al otro grupo. Lourdes me había explicado que ellos antes eran medio skinheads, pero tras escuchar una canción nos hemos dado cuenta de que eso no es así.
De hecho, sin saberlo, conocía ya una canción de ellos. Y fue como dar un salto en el tiempo. Me acordé de Madrid: de los hombres que brindaban gritando “darth vader”, y que cantaban esa canción con muchísimo fervor en el Madrid Madrid. Me acordé de su pasión por The big bang theory. El ruso que tenía novia pero que a veces buscaba mi mano con la suya. La mirada de un tipo tras unos lentes, y unos bigotes mal-crecidos. El gordito que estaba en mi residencia y que no dejó de llamarme el año pasado aunque yo no contestase el teléfono. Argüelles y todos los Skinheads que estaban ahí. La música que era miles de sonidos al mismo tiempo con voces terroríficas. Los dardos y las apuestas. El patio donde intenté detener a una mujer enorme y agresiva, mientras todos nos veían desde arriba y por todas partes reían. Las paredes graffiteadas que apenas se notaban en la oscuridad.
Me sentía totalmente ajena al concierto. Muchos se emocionaban al escuchar cómo empezaba alguna canción y gritaban. Yo sólo podía sentir un ardor fuerte en la garganta y el pecho. Fue como si viera todo a través de un vidrio, se me hacía muy raro tener frío en un lugar con tanta gente activa.
Entonces, viéndolos a todos desde arriba, con una gran distancia, me fijé en la burbuja-condón suspendida en el humo, en luces de un submarino de colores de donde quería escapar una voz absorbida por las batallas estruendosas de las bombas y de las cuerdas que quebrantaban el agua. La burbuja decidió bajar, buscando la arena movediza y esta la rechazó varias veces con su movimiento hasta que la arena se calmó junto con la tormentosa guerra, fue entonces cuando la burbuja naufragó y murió. De la arena movediza fueron surgiendo estrellas poco a poco, creando constelaciones que se movían como follajes de árboles al viento, a la melodía de la música. Fue entonces que la voz salió del submarino y cayó en un hueco hueco eco. Pero al sentir como empezaba de nuevo la batalla se fue escondiendo nuevamente en su guarida colorida, relampagueante. Un petardo sonó agudo, cerquita, cerquitititita, chirriante. Un quejido común ensordeció los oídos, y el petardo no caía y no cayó, hasta cubrirse por la guerra de sonidos.
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