"¿y de qué sirve un mundo único y personal, Palinuro, cuando se supone que hemos nacido para compartir nuestra vida y apacentar juntos nuestros sueños, cuando se supone que estamos aquí no sólo para compartir los caracoles y la cerveza, sino también nuestras risotadas, nuestras guerras de colores y nuestras filosofías huecas? Eso no se perdona porque es algo que se acerca a la verdad más terrible y al mismo tiempo más simple y obvia de todas, y es que con cada uno de nosotros nace y con cada uno de nosotros muere un universo, ya lo han dicho antes que yo, ya lo decía la abuela Altagracia(señora de los lugares comunes) cuando afirmaba que cada cerveza es un mundo, un universo entero con todos sus planetas, sus estrellas, sus millones de personas y de ideas, sus estudiantes y sus huelgas. Bueno, esto no lo decía ella, con todos estos agregados, pero es lo mismo. Y nuestra fragilidad es tanta, tanta nuestra miseria, que no sólo por razones de filosofía profunda nosotros nunca somos sino que estamos siendo y no seremos del todo hasta nuestra muerte sino por otras razones menos altisonantes y más terrestres: nuestras glándulas, nuestras hormonas, nuestros alimentos. Cuando yo me como este caracol, por ejemplo, quizás estoy ingiriendo un alcaloide desconocido, una droga misteriosa, un veneno lento que comenzará a cambiar insensiblemente ya no digamos el curso de esta noche, sino de mi vida entera. Palinuro, ese olor a amoníaco que nos llega del mingitorio nos desagrada a ti y a mí, sino sencillamente porque las neuronas de nuestros centros olfatorios están despiertas y funcionan bien, pues tienes que saber que hay lesiones en el cerebro que vuelven insoportable y hasta doloroso el olor de un nardo.¿Y cuándo se ha visto que duela el aroma de las flores como no sea aquel de las rosas rojas que papá Eduardo señalaba con su bastón en el parque Río de Janeiro, y eso es porque te duele haber perdido para siempre todo lo que ese aroma te trae a la memoria? (...) estamos hechos de palabras y las cosas también; porque nosotros somos tan sólo memoria y las cosas existen y son verdaderas cuando se dejan vestir, mansas, del mundo de las palabras, del aura iridiscente y temblorosa de voltios y vatios y protones y neurones con lo cual los positivistas enmascararon el grito del relámpago; por lo demás, no por eso son nuestras, no por eso sabremos nunca qué hay atrás de ellas; no por el hecho de que nos juren que las memorias de la Alhambra están hechas de fórmulas orgánicas de azúcar y anfibiologías arquitectónicas, no por eso, querido primo, la esencia de sus arabescos y sus celosías dejará de deshacerse ante nuestros ojos como espuma de Mediterráneo. Aunque decir "atrás", claro, sólo es un decir: no es que la esencia de las cosas esté atrás ni en ninguna parte: ni abajo, ni adentro, ni alrededor. Todas estas palabras no nos sirven para designar algo que no está ni en el espacio ni en el tiempo, porque espacio y tiempo son también palabras. ¿Y quién ha visto jamás una palabra redonda? ¿quién ha visto una sílaba color de rosa? ¿quién ha visto nunca a una frase correr por las calles gritando como loca? ¿Quién ha visto nunca a un párrafo gordo y oloroso a tabaco Príncipe Alberto sentarse en la banca de un parque para leer el periódico? ¿Quién ha visto jamás una ilusión vestida de encajes morados, o a un poema que revienta como un estornudo en el plexo solar y lanza la sangre a las alturas? La neurología, querido primo, habrá llegado a delimitar la región caliginosa y casi impenetrable de la memoria total y organizada y eterna la memoria en su más alta y profunda y desgarradora manifestación humana, la memoria absurda que es capaz de recordar para toda la vida y palabra por palabra un poema sobre los estudiantes o incluso más, la obra entera del hombre que dotó al cielo del arte con un razo macabro y un nuevo escalofrío, o incluso, imagínate qué estupidez, incluso puede aprenderse nombre por nombre y número por número el directorio telefónico de la ciudad de México o los Manuales Técnicos Ford, y que sin embargo es capaz la infeliz, la traidora, de olvidar para siempre, instante tras instante, las rosas olorosas y fragantes de la infancia y las voces y los ámbitos húmedos y dorados de una adolescencia impávida y triunfal: pero nunca,jamás, nadie ha encontrado, en ese huevo* que viste tú, en ese cerebro formado por intestinos blancos y barnizados y apelmazados, en ese laberinto de la concordia discordante rodeado y custodiado por serpientes apelmazadas y blancas, nadie, Palinuro, ha descubierto jamás o siquiera vislumbrado el rastro de un recuerdo, la huella romántica de una ilusión, el espejismo color ajeno de un sofisma, o el signo, el estallido imperial de una idea clásica o los surcos y las ámpulas, las cicatrices veladas por telarañas tornasoladas, los vestigios y las sombras que debieron dejar a su paso las palabras allí aprendidas y los razonamientos allí concebidos y las imágenes sensoriales del mundo y sus cosas: del mundo redondo y del aroma de las flores y la cerveza; de la tierra dulce y de la frialdad del hielo y el ardor de las esfinges; de la patria oscura, de la suavidad del fieltro y el sonido de las campanas, y de la juventud(¡de nuestra juventud, Palinuro!) y de la agonía y el ruido de las turbinas, y del color y de la forma de las casas y de las nubes y de las mujeres y del resplandor bárbaro del sol: nunca, jamás, ni mil años más tarde."
Palinuro de México, Fernando del paso.
(*el huevo es lo que sería el aleph para Borges)
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